¿Es posible que el centro de la galaxia sea el responsable de los intensos cambios climáticos que estamos enfrentando? ¿Los mayas tenían razón al señalar el distante centro de la Vía Láctea?
Un enigma en el centro de la galaxia
La Vía Láctea es una formación espiral que contiene más de 200,000 millones de estrellas. Con un diámetro estimado de 100,000 años luz, nuestro Sol se ubica a unos 27,700 años luz de su núcleo. Allí, en su centro, se encuentra una poderosa fuente de energía que, supuestamente, los mayas conocían. Hoy en día los estudiosos de las profecías mayas se refieren a esa misteriosa fuente de poder como Hunab Ku, o “Hemal Ku”, la “Deidad Primigenia”.
No pocos investigadores relacionan a Hunab Ku —para los mayas, el “Creador y el centro de todo”— con el personaje mitológico Hun-Hunahpú, mencionado en el libro sagrado Popol Vuh como el dios del Juego de la Pelota, un ritual maya que escondería el desarrollo de un gran evento cósmico, en donde Hun-Hunahpú encarnaría al núcleo galáctico y aportaría una probable fecha de conexión: Hun, o Uno Hunahpú, equivale al nombre “Uno Ahau”, presente a todas luces en el calendario maya como el “primer sol”, detalle que diversos investigadores asocian al solsticio del 21 de diciembre de 2012, día en que se cierra la Cuenta Larga. Al margen de ello, el sagrado Popol Vuh parece proteger en sus relatos un conocimiento antiguo que se camufla bajo la fachada del Juego de la Pelota.
El juego consistía en un rito de iniciación, muerte y renacimiento. Representaba para ellos el “origen del Universo”. La lucha que se daba no era, en realidad, entre los “jugadores”, sino que éstos representaban astros y fenómenos celestes. En descifrar todo ello está la clave.
Este juego tuvo diversas variantes de acuerdo a la época y el lugar donde se practicaba. Por lo general, se empleaba una pelota hecha de caucho que se golpeaba con la cintura, las rodillas, los hombros y los codos. El objetivo del juego era pasar la pelota a través de un pequeño anillo que se ubicaba en una de las paredes del campo de juego. En Chichén Itzá se puede ver uno de estos “campos” en donde se realizaba el ritual. Cuando estuve allí me preguntaba qué significaba para ellos —esotéricamente— hacer pasar la pelota por el anillo. ¿Sería acaso una representación de la Tierra cruzando un umbral o portal cósmico?
Se afirma que con el tiempo el juego se fue deformando al añadirse nuevas reglas, incluso sacrificios humanos para los jugadores que perdían—aunque algunos historiadores ven en ello un símbolo de renacimiento al paraíso—. Como haya sido, exploremos la historia del juego.
De acuerdo al Popol Vuh, Hun-Hunahpú jugaba al Juego de la Pelota con su hermano Vucub Hunahpú en contra de Hun Batz y Hun Choen. El relato dice que el ruido del juego molestó a los Señores de Xibalbá —el inframundo—: Hun Came y VacubCame, quienes retaron a Hun-Hunahpú y a su hermano para jugar en Xibalbá. Valiéndose de engaños y trucos, los Señores de Xibalbá ganaron y decapitaron a los dos hermanos. Más tarde, Ixquic, una joven doncella del inframundo, se acercó al Árbol de Jícara en que yacía transformado Hun-Hunahpú y tomó, clandestinamente, un fruto de ese árbol, que resultó ser la cabeza del dios maya, atado allí por un hechizo de los Señores de Xibalbá.
Se cuenta que la cabeza le escupió en la mano a la doncella, llenándola de magia y dejándola embarazada de dos varones gemelos que más tarde derrotarían a los propios Señores de Xibalbá y “resucitarían” luego a Hun-Hunahpú.
Esta historia podría esconder un mensaje: La resurrección de la luz y el restablecimiento del orden. El relato que habla de traición a manos de otras “deidades”, una venganza por parte de los “hijos”, que son engendrados mágicamente, y la resurrección del personaje principal —Hun-Hunahpú— es sospechosamente similar al mito de Osiris, la conspiración de su hermano Seth, el embarazo de Isis, y la venganza de Horus. ¿Acaso ambos relatos describen la misma historia cósmica? De todas las leyendas y relatos que estudié detenidamente de los mayas, estoy seguro de dos alusiones importantes que se repiten: Al Sol, y si aceptamos la discutida interpretación de Hunab Ku, al mismísimo centro de la galaxia
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El camino a Xibalba Be, también llamado “Camino Negro” —que transitó Hun-Hunahpú— podría estar hablando de la naturaleza del núcleo galáctico. Actualmente sabemos, gracias a la moderna astronomía, que en el corazón de la Vía Láctea se encuentra un agujero negro supermasivo. Y lejos de toda idea preconcebida de que los agujeros negros sólo absorben materia y energía, también emiten radiación. “Me equivoqué”, sostuvo el reconocido físico Stephen Hawking en relación a la tesis que defendió por más de 30 años sobre los agujeros negros y su naturaleza. Hoy se sabe que pueden emitir importante radiación y que en su interior ocurren insospechadas fluctuaciones cuánticas. Resulta sorprendente si los mayas sabían del agujero negro en la Vía Láctea…
Y más inquietante aún si conocían de las radiaciones que emite y que, cada cierto tiempo, alcanzan al Sol y a la Tierra ocasionando grandes mutaciones. Es entonces cuando la profecía del 2012, y la probable advertencia de civilizaciones sumergidas, empiezan a cobrar un giro inusitado y sorprendente. ¿Fue acaso “Hunab Ku” el invisible agente de los grandes cambios cíclicos en la historia de la Tierra? ¿Cómo es posible que un agujero negro, a más de 27,700 años luz de nuestro Sistema Solar, pueda ocasionar semejantes transformaciones? ¿Era éste el mensaje del gran Kukulkán y de los hombres barbados?
El rayo de la mutación
Sugerir que el sabio Kukulkán, pudo ser, el mensajero de este gran acontecimiento, y que pertenecía a un grupo de remanentes de la perdida Atlántida, u otro “mundo sumergido”, resulta chocante e inadmisible para los historiadores ortodoxos. Si existió, dicen, fue tan sólo un extraño personaje que estuvo entre los mayas en el año 1,000 después de Cristo. Supuestamente, en aquellos tiempos les vaticinó el arribo de Hernán Cortés y la dominación posterior del Cristianismo. Y habló de su “regreso”... ¿Será textual o se trata de un símbolo? Rastrear el origen de las profecías mayas es muy difícil. Pero todos los caminos parecen señalar a Kukulkán. Estoy convencido de que aquella enigmática visita de hombres barbados que “llegaron de lejos” es la clave del mensaje. Si aquellos hombres eran supervivientes —o descendientes— de una fantástica cultura que pereció en el mar, y que otrora disponía de tecnología, no resulta tan extraño el que hayan conocido la naturaleza del núcleo galáctico y su influencia en los cambios de la Tierra. Lo que no deja de ser increíble es, que si lo sabían, ¿por qué no pudieron enfrentarlo? Es probable que sus guerras y planes de colonización los hayan distraído peligrosamente. Y cuando quisieron reaccionar, ya era demasiado tarde. Una escena similar al relato del Arca de Noé en el Antiguo Testamento. Nadie quiso escuchar, hasta que llegó el “Diluvio”. No obstante, diversas teorías sugieren que no todos en la Atlántida estaban de acuerdo con el comportamiento bélico. Se cuenta que el Consejo de Sacerdotes estaba al tanto del venidero desastre y, al no poder hacer tomar conciencia a su gente de lo que estaba por suceder, decidieron construir refugios subterráneos. En ellos se depositarían los “Registros Históricos” de su civilización. Pasado el tiempo, los supervivientes enseñarán sus conocimientos a las gentes que se hallaban disgregadas en la superficie. La idea era acelerar el resurgimiento de la civilización humana, y entregar un mensaje, o mejor dicho, una advertencia: No cometer la misma equivocación. Tal vez ellos sabían que 13,000 años más tarde del hundimiento de Atlántida se repetirían los factores cósmicos que su Imperio no supo manejar. Desde luego, es complicado precisar cuál fue la causa final del desastre, pero, sea lo que haya sido, coincidió con el denominado “Rayo de Mutación” que proviene del centro de la Vía Láctea.
Hunab Ku, el Núcleo Galáctico, también conocido como “El Dador de Movimiento y Medida”, emitiría cada cierto espacio de tiempo una “pulsación” de energía que transforma las formas de vida. Aunque en realidad su emanación es constante, tiene “picos” o “explosiones”. Las más importantes sucederían en dos ocasiones dentro de la gran rueda precesional de 25,920 años —para otros, sólo ocurre una vez en aquel gran ciclo— en donde “sincroniza” su energía con “Kinich Ahau”, el nombre que los mayas le daban a nuestro Sol. Los chamanes mayas de la actualidad saben de esto, y afirman, desde hace mucho, que el Sol experimentaría grandes cambios que podrían conducir a la Tierra a un verdadero desastre climático. Las energías estarían movilizándose como nunca antes y exigiría de todos nosotros un equilibrio y balance espiritual para sobrellevar la situación. Carlos Castaneda, el célebre antropólogo que publicó en 1968 el Bestseller “Las Enseñanzas de Don Juan”, creía también en la necesidad de prepararse espiritualmente ante los cambios que vendrían. Así lo aprendió de los Yaquis, quienes de acuerdo a “Los Anales de los Cakchiqueles”, fueron la primera tribu maya que se separó del resto de clanes permaneciendo hasta la actualidad.
El “Rayo de la Mutación”, o si queremos llamarlo de otra forma, la radiación del centro galáctico, no sólo afectaría al Sol, sino que éste, como si se tratase de un gigantesco espejo, reenviaría también esa energía al planeta potenciando así los cambios. Si el Sol está mutando debido a una influencia cósmica del agujero negro que se encuentra en el corazón de nuestra Vía Láctea, la teoría oficial del cambio climático por la emisión de gases de efecto invernadero debería, como mínimo, revisarse. ¿Y qué decir de la posible implicancia de esta “radiación cósmica” en la vida humana?
Se trata de un extraño fenómeno que, como decía, ocurre dos veces durante la gran rueda de la precesión, es decir, cada 13,000 años aproximadamente. Así, en el solsticio, la Tierra se alinea con el Sol y con el centro de la galaxia en dos ocasiones durante ese ciclo.
El 21 de diciembre de 2012 se producirá está inquietante alineación que ha sido verificada y constatada por los científicos. Una vez más, el extraordinario conocimiento astronómico de los mayas pone en jaque a nuestra ciencia moderna. Y lo menos que podemos hacer ante ello es escuchar con respeto el mensaje de sus profecías para prepararnos para los tiempos que vienen, después del 2012.
¿Y qué dicen los hallazgos científicos sobre “Hunab Ku”?
En el centro de la galaxia las nubes de polvo cósmico hacen que esa zona sea prácticamente “invisible” para nuestros telescopios ópticos. Sin embargo, con la ayuda de nueva tecnología, como el observatorio orbital de rayos X de la NASA, “Chandra” —además de otros radiotelescopios— los científicos han podido echar una “mirada” al lejano corazón de la galaxia.
Chandra es un satélite artificial que fue lanzado por la NASA —a través del trasbordador Columbia (STS-93)— el 23 de julio de 1999. El ingenio tecnológico puede mirar el espacio en rayos X, con una resolución angular de 0,5 segundos de arco, mil veces mayor que el primer telescopio orbital de rayos X. Entre otras cosas, Chandra reveló que existen prolongaciones energéticas, llamadas “plumas” o “penachos” por los estudiosos, en torno a un agujero negro. Se tratarían de partículas que pueden extenderse hasta 300,000 años luz. Estas extraordinarias fluctuaciones se originarían en agujeros negros supermasivos como el que posee nuestra Vía Láctea. Con los años, los científicos fueron documentando todo cuanto podían aprender del centro galáctico y si su radiación podría afectarnos. El gigantesco agujero negro —también conocido como “estrella A” de Sagitario— es un monstruo que tiene al menos más de cuatro millones de veces la masa de nuestro Sol.
Sin embargo, hasta hace pocos años se pensaba que su radiación era “débil” como para preocuparnos. Pero la actividad energética del centro galáctico se ha incrementado generando muchas preguntas en los astrónomos. El Chandra fue clave para detectar este “cambio” en Hunab Ku. Y no sólo el Chandra. En 2008 se difundió la noticia de que un equipo de astrónomos japoneses, usando el XMM-Newton de la ESA junto a potentes satélites de rayos X de la propia NASA, había descubierto gracias al método de detección de “ecos de luz” que el centro de nuestra galaxia se estaba “despertando”. Las observaciones recolectadas entre 1994 y 2005 revelaban que nubes de gas alrededor del agujero negro aumentaron en su brillo. Una fuerza era despedida desde el centro de la galaxia y estaba empezando a cambiar todo su entorno espacial inmediato. ¿Es esto posible?
Un agujero negro es un cuerpo con un campo gravitatorio gigante, de tal forma que ni la luz o alguna radiación electromagnética podrían escapar de sus fauces. Se sabe que está rodeado de una “Ergoesfera”, una suerte de frontera esférica que permite que la luz sea absorbida. Sin embargo, un agujero negro no está detenido. Se puede mover a grandes velocidades, como si fuese un remolino, tan deprisa que emite rayos X —exactamente lo que detectó el Chandra—. Pero la radiación del centro galáctico es mucho más que rayos X. En el año 2004, diversos astrofísicos de la Universidad de Arizona, del Laboratorio Nacional de Los Alamos, y de la Universidad Adelaide de Australia, descubrieron que el núcleo de la galaxia está emitiendo una importante radiación de rayas gamma, con una energía de “decenas de trillones de electrovoltios”. Describieron el mecanismo del agujero negro como el de un “gran acelerador de partículas” al colisionar protones a grandes velocidades.
Todo esto, desde luego, es la “punta del iceberg”.
Mutaciones en el Sol
Los científicos concuerdan en que hay una variada combinación de factores para que nuestro centro galáctico esté enviando diversos tipos de radiación, que parecen conformar “un rayo” unificado de energía de efectos impensados. Como fuere, todos los hombres de ciencia coinciden en que el responsable de este fenómeno es el agujero negro supermasivo.
En su polémico libro “Beyond the Big Bang”, el astrofísico Paul Laviolette defiende que el área situada en el centro de nuestra Vía Láctea se activa cada cierto tiempo, “explosionando” en “olas de energía”. Según Laviolette, durante esa fase explosiva, el núcleo de la galaxia vomita rayos gamma, pulsaciones electromagnéticas, polvo cósmico y otros elementos. Por si todo ello fuera poco, el científico calculó que la última vez que ocurrió una explosión semejante fue hace unos 13,000 años. Encaja con la teoría de “dos rayos” durante el gran ciclo precesional…
Y el primer objeto afectado, cuando empiezan estas erupciones cósmicas, es el Sol: Nuestra estrella enana amarilla es la que absorbe inicialmente estas radiaciones que viajan hacia su corona. El fenómeno produciría importantes mutaciones en su estructura y comportamiento, para más tarde afectar, en consecuencia directa, el clima de la Tierra. Y esto lo estamos viendo.
Sin ir muy lejos, el año 2005 —que se suponía tendría pocas manchas solares— nos sorprendió con una explosión de clase “X7” en el Sol. Aquella imprevisible tormenta solar lanzó varios millones de toneladas de protones que se transportaron desde el Sol hasta la Tierra en un espacio de tiempo inferior a media hora, cuando lo “establecido” marca que se demore entre uno o dos días. ¿Cómo viajó tan rápido hasta nosotros?
Estas explosiones, llamadas “eyecciones de masa coronal” (EMC) se han incrementando de manera preocupante estos últimos años. Las más violentas —las “X”— han coincidido con perturbaciones en la red de satélites, toda la infraestructura de la comunicación, la navegación aérea, y ni qué decir del clima. Las EMC se hallaron íntimamente conectadas con inundaciones, huracanes, sequías, y demás perturbaciones en el planeta. Y hay que decir que muchas veces la NASA ha demorado en entregar a tiempo el reporte de lo graves que fueron estas explosiones solares. ¿Por qué? En la medida en que este evento en el Sol se ha ido incrementando —supuestamente, generado por la radiación del centro galáctico— el campo magnético de nuestro mundo fue decreciendo de manera alarmante. Como sabemos, aquel importante campo de energía, o “magnetosfera”, es generado por la rotación del núcleo planetario, una mezcla de hierro y níquel que trabaja como una gran dinamo, creando un “escudo” electromagnético que se desprende por los polos. Este campo de energía tiene relación directa con el Sol, por tanto nuestra estrella podría “influir” en el tamaño y forma de nuestra magnetosfera. Si hay alguna “anomalía” —como la que hay— podría distorsionarlo, o hacerle un agujero.
En los últimos cinco mil millones de años, el núcleo de la Tierra ha rotado generando ese poderoso campo magnético protector, que es 1000 veces más fuerte que el de cualquiera de los otros planetas cercanos, como Venus o Marte. De ese escudo depende la vida y la evolución. De hecho, sabemos que más de una especie lo emplea para sus migraciones o para construir sus madrigueras. Aunque los seres humanos creemos que este es un problema sólo para las aves, las ballenas o las comadrejas, la mutación de nuestra estrella, y su acción en la magnetosfera, podría producir desórdenes para todos.
La verdadera causa de los cambios climáticos, como tormentas, inundaciones, e incluso terremotos, podría estar ligada a las mutaciones solares y su conexión con la Tierra. Si todo esto es ocasionado por la radiación de “Hunab Ku”, los mayas no estaban tan equivocados…
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